martes, 15 de noviembre de 2011

Idea profunda V

Anoche, después de un largo día en la universidad, no había nadie en casa. Cogí un poco de chocolate con avellanas de la cocina y me lo comí en el salón. Estaba bien cómoda en el sofá y mordía el chocolate reflexionando sobre mi próxima idea profunda. Pensaba que se iba a tratar de una idea profunda sobre el chocolate, o más bien sobre la forma en que uno lo muerde, con una pregunta central: ¿qué es lo bueno del chocolate? ¿La sustancia en sí o la técnica del diente que lo tritura?

Pero por muy interesante que fuera esta idea, no había contado con que tenía la televisión puesta de fondo en el salón y estaban dando un documental sobre Italia. Hablaban sobre los burros, el aceite de oliva, la luz del crepúsculo, la “dolce vita” y demás topicazos. En cambio había un dato interesante; en el documental aparecía una familia que en sus tierras había colmenas, las suficientes para producir un quintal de miel al año. Los toscanos habían contratado a un apicultor, que se encargaba de hacer todo el trabajo para que ellos puedan comercializar la miel. Su miel estaba considerada como una de las mejores del mundo (no recuerdo el nombre del sello), y ello contribuye al prestigio de los propietarios (que son rentistas) porque la utilizaban en grandes restaurantes cocineros que actuaban como si fuera algo extraordinario… Los periodistas que realizaron el reportaje tuvieron el honor de protagonizar una cata de miel como las que se hacen con los vinos, y hablaron sobre la diferencia entre una miel de tomillo y una miel de romero. Absurdo, ¿verdad?

Hasta ese punto del relato, observaba la tele con indiferencia, pensando en lo de “morder el chocolate”. Mientras tanto el documental seguía hablando esta vez de las costumbres de las abejas sobre los ritos nupciales de las reinas y los zánganos. En cambio la increíble organización de la colmena no parecía haberles impresionado mucho a los redactores puesto que no hacían gran hincapié a ello, cuando yo encuentro que es apasionante, sobre todo si se piensa que esos insectos tienen un lenguaje con código que relativiza las definiciones que se pueden dar de inteligencia verbal como específicamente humana. Pero esto parece que no les interesaba en absoluto, parecía que toda la atención estaba centrada en la sexualidad de los bichitos de marras.

Os resumo el asunto: cuando está lista, la abeja reina inicia su vuelo nupcial, perseguida por una nube de zánganos. El primero la alcanza copula con ella y luego muere porque, después del acto, su órgano genital permanece dentro del cuerpo de la abeja. Le queda pues amputado, y eso lo mata. El segundo zángano en alcanzar a la abeja debe, para copular con ella, retirar con las patas el órgano genital del anterior y, por supuesto, después corre la misma suerte, y así hasta diez o quince zánganos, que llenan la bolsa espermática de la reina, lo que le permitirá producir durante cuatro o cinco años doscientos mil huevos al año.

Pero sobre todo, es curioso cómo interpretan los hombres la naturaleza y creen poder sustraerse a ella. Si la chica que contó esta parte del documental la contaba así, es porque piensa que no le concierne. Si se mofa del patético retozar de los zánganos, es porque está convencida de no compartir su destino. Pero yo, en cambio, no veo nada chocante ni subido de tono en el vuelo nupcial de las abejas reina ni en el destino de los zánganos porque me siento profundamente semejante a todos estos animales, aunque mis costumbres difieran de las suyas. Vivir, alimentarse, reproducirse, llevar a cabo la tarea para la cual uno ha nacido y morir: no tienen ningún sentido, es cierto, pero así son las cosas. Qué arrogancia esta de los hombres que piensan que pueden forzar la naturaleza, escapar a su destino de insignificancias biológicas… Y qué ceguera tienen también con respecto a la crueldad o la violencia de sus propias maneras de vivir, de amar, de reproducirse y de hacer la guerra a sus semejantes…

Yo en cambio pienso que sólo se puede hacer una cosa: dar con la tarea para la cual hemos nacido y llevarla a cabo como mejor podamos, con todas nuestras fuerzas, sin buscarle cinco patas al gato y sin creer que nuestra naturaleza animal tiene algo de divino. Sólo así tendremos el sentimiento de estar haciendo algo constructivo en el momento en que venga a buscarnos la muerte. La libertad, la decisión, la voluntad, todo eso no son más que quimeras. Creemos que podemos hacer miel sin compartir el destino de las abejas; pero también nosotros no somos sino pobres abejas destinadas a llevar a cabo su tarea para después morir.

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