sábado, 13 de abril de 2013

Ser soñador frente a los malos tiempos.


Es un dolor de cabeza inmenso el de cuando te despiertas y te das cuenta de que todo lo maravilloso que ocurrió por la noche fue solo un sueño, que la realidad te atrae con sus tentáculos tan fuertes como te aferras a las sábanas y deseas volver al mundo paralelo que creaste mientras dormías. Te levantas arrastrando los pies. Casi deambulas por una casa que serías capaz de recorrer con los ojos cerrados sin chocarte una sola vez.

La luz del sol ya ciega y el calor se te pega a la piel y al pelo. Ya no te ves tan bien como antes de salir. Ya no te sientes tan segura. Esa actitud de comerte el mundo que desprendías al mirarte al espejo se ha esfumado y ahora solo ves a quinientas personas que se merecen mil veces más ser felices que tú. Le das limosna al mismo vagabundo todas las mañanas con la esperanza de que un día abandone su cartón de vino y se compre un Donut. El desdentado sonríe y agradece con la cabeza la borrachera que se agarrará a tu costa. Con suerte, él no tendrá la resaca que tienes tú sin probar un trago.

Es un segundo, un roce, un cruce. El corazón te tiembla y tus tacones se tambalean echando por los suelos la poca autoestima que te quedaba. Son sus ojos marrones, su sonrisa perfecta, sus andares de modelo, sus gafas de pasta, su pelo cuidadosamente despeinado, su camiseta de John Boy… Y ese sueño del que te despertaste demasiado pronto, justo antes de averiguar el sabor de sus labios.

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