sábado, 11 de mayo de 2013


Esta página es reflejo de mi personalidad, supongo. En mi vida diaria soy de lo más comunicativa; locuaz para algunos, charlatana para otros, o para los mismos cuando ya están aburridos de oírme. Como pasa con todos los defectos, aquel quelos tiene es el que menos lo reconoce, eso da un poco de miedo. Ser tonto y no llegar ni a sospecharlo siquiera, esa es la descripción de la necedad, ¿no?

Tengo entonces, y soy consciente de ello, luego mi charlatanería no es la de una necia, una tendencia irrefrenable a contar lo que me pasa en la vida y por la cabeza. Sin embargo voy aprendiendo, muy poco a poco, a seleccionar y hasta a esperar para contarlo, como ocurre con lo que voy a anunciaros ahora: he dejado de fumar. Ojo, esto también podría decirlo sin mentir el fumador que acaba de apagar su cigarrillo, no en vano se dice que dejar de fumar es fácil, hay quien lo deja varias veces por semana. Leed bien: he conseguido dejar de fumar, por fin, de hecho hace unos meses que no fumo ni un solo cigarrillo. Pero lo que me hace pensar que lo he dejado del todo es que ya no soy ni consciente de cuando los demás fuman, he desarrollado, quizá sea más correcto decir, se ha desarrollado en mi mente una especie de inmunidad al tabaco. Qué suerte. Y qué alentador.

A mí fumar me gustaba, de hecho era el tipo de fumadora que conjugaba correctamente ese verbo. Nunca lo he hecho mientras escribía en el ordenador, por ejemplo, trataba de darle al cigarrillo su momento. Además, los que me conocen lo saben, el humo era importante para mí, expulsarlo por la nariz, por la boca haciendo aros casi en cada calada, más rápido, más despacio. Fumaba con delectación, cosa que resultaba imposible en la calle, que es donde más fuma la gente ahora. Era, fijaos que oximoron: una buena fumadora. No, lo que yo era, como mucho, es una fumadora menos mala que aquellos que encienden el cigarrillo con la colilla del anterior y le van imponiendo sus humos a la gente.

Cabe preguntarse ahora cómo lo conseguí y la respuesta, por desgracia, es que no lo sé, no del todo por lo menos. Un poco por saturación, no fue de manera gradual. Acababa de comenzar inconscientemente una nueva etapa de muchos cambios y fue la oportunidad perfecta para animarme a expulsarlo de mi vida para siempre. Últimamente vivía días muy intensos tanto a nivel laboral como personal y estaba llegando a un punto que fumaba más de lo habitual. Los cambios en mi vida me hicieron experimentar sensaciones de las que no estaba acostumbrada y creo que aproveché esas sensaciones para mover algunos muebles en mi cabeza. Moviendo y moviendo debí dar con el interruptor del tabaco y ¡click!, lo puse en off. ¿Así de maquinales seremos? ¿de extremistas? ¿de contundentes? No, normalmente no, no en mi caso que peco más de blanda que de lo contrario y todo me viene bien y voy dando bandazos, cambiando de tema, de actividad, de obsesión, precisamente para evitar tomar decisiones. Dónde estará el interruptor de las conductas erráticas, detrás de qué mueble, camuflado con qué. Lo sé, con algo que me despiste completamente, disfrazado de lo contrario, ¿no me habéis oído decir eso de que soy responsable de mis actos y de mis omisiones?, detrás de eso está mi indisposición absoluta a decidir nada. ¡Oh!

Ya no puedo, ni quiero, celebrar este descubrimiento con un cigarrillo, como en la frase «por lo bien que lo hemos hecho cigarrillo pal pecho». Ni haré como aquella amiga que decía y dirá: «espera, me fumo un cigarrillo y voy». «Tampoco esperaré fumando al hombre que yo quiero», pues ni espero a un hombre ni mucho menos que fume con lo que adultera eso el sabor de los besos. Qué suerte para mí haber dejado de fumar y haber sido capaz también de esperar unos meses para celebrarlo como algo serio con vosotros.

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