sábado, 11 de mayo de 2013


Las relaciones humanas son imperfectas porque quienes las mantienen lo son. Somos defectuosos, inaguantables muchas veces; necios, excesivos, egoístas, incongruentes y tercos (le estoy echando un vistazo a mis plumas) Suerte que las gallinas no necesitan acreditar un talento especial para poner huevos, todas los ponen. Luego seremos capaces, sin saber cómo seguramente, de poner alguno para alguien… o al menos de incubar huevos ajenos, se me ocurre ahora.

¿No has oído o no has dicho tú mismo en algún momento, “No le soporto pero le quiero”? Se puede expresar con la frase popular: “Te quiero a pesar de ti” que si nos ponemos a analizar quedará de lo más aparente. Enseguida se me ocurrió una frase mejor y no porque fuera mía, que lo es hasta donde yo sé, sino porque me parece mucho más amorosa: “Te quiero contigo dentro.”

Son juegos de palabras en todo caso. En un buen te quiero ya se sobreentendería lo que se quiere matizar con esas frases, pero ese es justamente el problema tantas veces, la imprecisión, el desconocimiento de qué es lo que está pasando mientras damos por supuestas cosas que no son. ¿Por qué amamos y lo hacemos tan mal que el otro no se entera y viceversa?

A pesar de mí o conmigo dentro. ¿De quién estamos hablando?: pues de quien yo creo y hasta manifiesto de manera inequívoca ser en cada momento. Tendemos a pensar que somos ese y nada mas que ese. Ambas frases dan a entender que somos mucho más: el que los demás ven e interpretan que somos, tan distinto para unos y para otros en función de la naturaleza de la relación (laboral, familiar, íntima…) y del grado de afinidad, de intimidad, de exposición y de acierto en la misma.

Pero no me pierdo. El mí y el conmigo al que las frases hacen referencia son la gallina, el trauma, la locura, la anomalía del chiste. La primera gran noticia ya está dicha: es que somos más de lo que creemos ser; más que nuestras acciones y nuestras eternas omisiones de lo que hace tiempo tendríamos que estar haciendo, y quienes nos quieren, sobre todo ellos, lo ven, lo saben o lo intuyen. Ellos nos harán reparar en los huevos que se nos vayan cayendo, con suerte lograrán hacer una tortilla con esos y con los que pisoteamos.

Que nos quieran a pesar de nosotros o con nosotros dentro va a depender del grado de tolerancia, generosidad y visión de aquellos que nos aman pero también de nuestra naturaleza; a los monstruos no hay que darles de comer, no creo que haya que hacerse su amigo. Pero hay quien ve monstruos solo en lo que es diferente de ellos o diferente de lo que esperan, ansían o creen necesitar. No rechaces los otros huevos, los pequeños o aquellos que no te hagan falta; por qué dejar que se pudran los que el otro no desea o no es capaz de ver. Sin perjuicio de la legítima aspiración a que el monstruo, si es cierto que está ahí, se transforme en príncipe por virtud del amor como en los cuentos.

Terminaremos esta pequeña reflexión con una tierna ilustración de lo que quiere decirse: “No me excluyas precisamente a mí en tu manera de amarme, encontremos juntos la manera de hacer al otro el destino y el objeto íntegro de nuestro amor”. Cursi pero eficaz, estoy convencida.

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