sábado, 22 de junio de 2013

Hablando de mirar podríamos referirnos a la manera de observar no sólo el rostro de alguien cuando conversas con él, sino cómo transcurre la vida en sus múltiples escenarios. Ya sólo si atendiésemos al mundo físico daría para un sinfín de consideraciones, pero si lo ampliásemos a espacios intangibles podríamos estar mucho tiempo enredados aquí, y no sería tampoco una pérdida de tiempo.

Introduce a dos personas en una habitación, o muéstrales el mismo objeto, que no lo miraran igual; ni lo sentirán, ni lo describirán de la misma manera. ¿Será cierto que los ojos conectan con el alma y es ésta la que interpreta los estímulos que entran por “sus ventanas”? El alma más que el cerebro, que en todos es parecido.

Hay quien mira y no ve, pero hay quien además de mirar observa o analiza, escruta, interpreta, relaciona. Lo hacemos un poco todos, mas no con la misma intensidad, ni la misma conciencia, y es una suerte que sea así, que uniendo todas las miradas quizá lográsemos captar “la realidad” con todos sus matices. Cuántos perciben un detalle insidioso o minúsculo, que casi nadie ve, y sin embargo “tropiezan” con lo que está a la vista de todos.

Hay quien mira un paisaje y decide pintarlo, otro lo fotografía, otro lo hace poema, hay quien lo ignora, pensando en otras cosas, habrá quien se tumbe para merendar, otro pondrá una cerca pensando en quedárselo o especular con él… qué variedad tan inquietante en “la manera de mirar”.

Todos recibimos el estímulo en la retina que invariablemente quedará fijado en el cerebro; en “el baúl inagotable de todo aquello que se ha visto”. No todo se almacena ahí, hay otros baúles de más fácil acceso y algunos que quisiéramos no abrir jamás, pero no somos completamente dueños de eso; no cuando dormimos y es el sueño el que manda y pulula por ahí dentro revolviéndolo todo, no cuando un shock, un golpe, un trauma, una obsesión o una pena los rebusca o vuelca “sin preguntar”…

Quizá por suerte, pudiendo serlo, no somos como “Funes el memorioso” del breve relato de Borges; un muchacho algo extraño de siempre que al resbalar y golpearse en la cabeza experimenta un cambio prodigioso en su mente y comienza a tomar “conciencia” de todo aquello que ve, y es tanta la información que apenas necesita abrir los ojos o levantarse de su cama para “seguir viendo y viviendo”, pues ha existido ya lo suficiente para recordarlo y relacionarlo todo hasta la eternidad.

¿Quién querría ser así? yo no. Prefiero ser “más limitada” y seguir observando antiguos y nuevos paisajes, objetos, experiencias y personas…, dando, precisamente, palos de ciego a menudo, “tocando como ellos los rostros” para reconocerlos, tropezando alguna vez y golpeándome la cabeza; unas veces para recordar, otras para olvidar y las más de ellas para levantarme como si tal cosa, o quedarme dormida un buen rato y levantarme, renovadas las fuerzas, con las ganas de seguir mirando a la vida directamente a los ojos.

viernes, 21 de junio de 2013

Qué valdrá más: ¿una realidad discreta o un buen sueño? Quién dijo que los sueños puedan o hayan de convertirse en realidad y a qué sueños nos estaremos refiriendo. Yo lo sé, a aquellos que tenemos “con los ojos abiertos”. Vuelve a presentársenos aquí un problema conceptual y terminológico si denominamos sueños a las ensoñaciones, a la proyección de nuestros deseos, la pura idealización, los cálculos, previsiones, ilusiones y fantasías… Qué rico es el castellano pero qué confuso también. Estoy segura de poder hacer una clasificación conforme a “la verosimilitud” de cada uno de esos términos. Lo que pasa es que se nos mezclan caprichosamente en la cabeza con la burda realidad haciéndonosla más vivible en cantidades tan irregulares a veces que perdemos de vista el suelo o el cielo.

“Algunos sueños solo quieren ser sueños y ocurrir cuando dormimos” que es cuando menos molesta nuestro pretencioso “yo consciente”. Así pasa que aparecemos en cualquier sitio y volamos o nadamos sin salir a la superficie, y cantamos como los ángeles, y nos quieren, nos rodean, nos aman… uy, hasta el punto de aparecer húmedos de felicidad por la mañana, qué gusto, y qué prueba de que “por lo menos el sueño sí ocurrió”.

Por qué será que vivimos tan intensamente algunos sueños mientras otros, la mayoría en mi caso, ni siquiera los recordamos, pues los especialistas dicen que soñar soñamos siempre. Por qué algunos son tan coherentes pero otros tan absurdos, ininteligibles o desagradables. Qué poco control tenemos sobre el subconsciente, nuestra versión más loca, más atrevida, más tétrica, más miedosa, más creativa, más sutil y más terca.

Eso le decía a un conocido esta mañana, alguien de quien no sé nada hace tiempo me comentaba que está preparándose para trabajar en algo que le gusta aunque no será la “ocupación de sus sueños”, a lo que yo he contestado casi con esta pequeña reflexión concentrada: “Los sueños están bien con los ojos cerrados, por la noche y sobre la cama, la vida muchas veces parece peor pero está más lograda en cuanto a sensaciones, ¿no crees?”

No me ha contestado todavía pero tampoco hace falta. Tienen muy buena prensa los sueños, pues cada cual tiene los suyos, que son muy difíciles de transmitir tal y como uno los sueña, y tienden a compensar de vidas menos atractivas en las que nunca falta dolor, ansiedad, frustración, angustia y aburrimiento…, mezcladas, si hay suerte, con sus contrarias que no voy a mencionar ahora. Y todo ello dilatado en el tiempo; que “los sueños son de suyo cortos, pues despierta uno de ellos en cualquier momento y cuando menos falta hace”, pero la vida, a poco convencional que sea, está llena de horas muertas, de jornadas de transición entre un momento y otro de esos que por diferentes motivos se te graban ahí, quizá para soñarlos luego y hacerlos más grandes o más pequeños, o taparlos como sea para no volver a verlos.

Pellízcate, pellízcame (qué rico), que te lo estás perdiendo, el qué te preguntarás… no lo sé, no sé qué ves tú, ni qué sientes, te explicas tan poco y tan mal. A mí me estás perdiendo si te da por cerrar los ojos, los oídos o por mirar “a la nada” cuando estoy contigo o frente a ti. Te veo tan ocupado, tan entretenido, tan absorto, pero “en todo caso tan lejos de aquí, de éste instante cotidiano”, que me iré y ni cuenta te darás. Si no actúas, si no haces, ni dices nada, “eres parte de un paisaje del que prefiero despertar”.
Este cuadro representa a la perfección mi estado de ánimo y el de millones de ciudadanos de este mundo. Un grito intenso, desgarrado pero inaudible, por estar mezclado quizá con otros gritos u otros ruidos tanto más ensordecedores. El de la maquinaria del poder, pongo por caso, engullendo primero a los que hacen escándalo no sea que desmanden o, lo que es peor, despierten a la manada.

Lo representa por muchas razones: mirad qué solo está, el nulo caso le hacen, lo poco que se le oye y pese a todo lo valioso que resulta. La potencia expresiva es innegable, pero bueno en términos de técnica pictórica si estoy dispuesta a rebatir que lo sea; si no pintas como Velázquez ya se sabe que vas tirando hacia el abstracto. El autor, según las crónicas, pintó cuatro (qué tiempo y qué pintura tan bien invertidos) dos de los cuales siguen al día de hoy en paradero desconocido, es el cuadro más robado de la historia. Estos delincuentes tanto como para robar parecen tener olfato para el arte, porque atinaron con el que justamente hoy pasa por ser el lienzo mejor pagado de la historia.


Se conoce que en una subasta muy exclusiva, siete compradores tan solo (se me complicó a mí la cosa a última hora), alguno de los cuales no podían permitírselo desde un principio, ya te lo digo yo, que los ricos son muy de aparentar; seguro que a duras penas llegaban a 80 ridículos millones para gastarse, a la hora de la verdad quedaron solo dos, cuentan que pujaban por teléfono y mentando seguramente (con el auricular tapado) a los ancestros del otro, ¿os lo imagináis? subiendo la puja de diez en diez (millones) pensando “¡pero si a ti tampoco te gusta, melón!, ¡no ves que está pintado con ceras Manley y pinturas de Alpino!…

En este magnífico sistema capitalista nuestro ya no se sabe lo que valen las cosas per se, pues terminan valiendo lo que alguien que pueda permitírselo esté dispuesto a pagar por ellas. A la gente modesta lo único que nos queda es que nadie nos diga lo que es bueno y lo que no por más caro que lo vendan. Desde que me comencé a interesar por el arte me fijé en ese cuadro y me gustó en su día, ahora me doy cuenta de que debió gustarme aún más; ¿qué voy a toparme desde entonces y desde ahora en adelante más valioso que eso? Me lo he puesto fácil: el sol, el aire que respiro, mi propia capacidad de imaginar que si me topase en la calle uno de los ejemplares robados quizá no le encontrase pared en mi casa para colgarlo, hasta yo soy más valiosa (por lo menos para mí misma) y cualquier otro ser humano en tres dimensiones y con mejores pulmones que el calvo conceptual que se ve allí espantao.


Quién será ese ser o ese señor. Ahora decido que pudiera ser cualquiera de nosotros clamando por justicia, por la paz, por un poco más de cordura. Como una gran alegoría de lo que viene pasando hace tanto. No sería de extrañar que los ricos, a los que a la hora de la verdad el arte les deja fríos, hubiesen hecho un fondo para ir comprando los gritos de la gente, de la gente que no puede más, cuesten lo que cuesten. Pero para cualquier cosa menos para exponerlos a vista de todos como ocurre en los museos. Ese grito deben haberlo comprado para guardarlo, para sacarlo de la circulación y silenciarlo. Quizá si gritáramos todos ya no pudieran comprar ni sofocar a tantos.

Hoy “el grito” se ha puesto por las nubes, con suerte habrá subido tan alto que se oiga hasta en el cielo.
Se dice de los gatos que tienen siete vidas, no es cierto, lo que pasa es que ese gato que debería haber muerto y vive es otro que se le parece tanto que no hay quien los distinga. Es propio de los felinos ser ágiles y flexibles, saben caer los condenados desde alturas de las que otros animales incluso más racionales no saldríamos vivos.


¿Cuántas vidas tienes tú? ¿Cuántas has vivido ya? No me entiendes. ¿Cuántas veces te has reinventado, reseteado, indultado, cuántas “revivido” o “resucitado”? (que es diferente y ahora lo explicaré). Nunca necesitarás tal cosa si a lo que te dedicas es a evitar “vivir”, que es saltar al vacío en momentos cruciales. Todos aquellos que viven sin “mojarse” son los que se ocultan cuando “amenaza tormenta”, imagínate cuando llueve y, desde luego, jamás cruzarán un río… Para eso casi mejor no haber aparecido o llegado hasta aquí, pero allá tú, eres muy dueño, aunque no lo parezca, querido, pues lo que parece precisamente es que vives tal y como cualquier otro vivió; siguiendo sus pasos, sus temores, sus miedos, sus taras, en sus límites… La vida de otro vives, o con otro viviendo tu vida ahí dentro.


Nuestra existencia recuerda a los juegos de plataforma, como el Mario Bross, en el que vas avanzando, sorteando dificultades hasta pasar al siguiente nivel. La vida bien pudiera ser un nivel completo, lo sabremos cuando muramos, solo que difícilmente podamos comentarlo. O estar toda ella llena de niveles, algunos objetivos: la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez… y otros subjetivos: niveles horizontales de experiencia y niveles verticales de conciencia o consciencia, por si fueran conceptos distintos, para aquellos que relacionan conciencia con moral… En el juego el bueno de Mario se estrella o se quema o lo matan y ahí le tienes otra vez surgiendo como de la nada para volver a la carga. “Cuanto más practicas menos mueres, menos tardas en llegar a tu destino”, salvo cuando lo abandonas para descansar o por puro aburrimiento.


Pero y en ésta que vivimos ¿cuántas “vidas” tendremos, amigo mío?, ¿cuántas necesitas? Algunos con una tendrán de sobra, ¿qué precipicios puede haber de casa al trabajo, del trabajo a casa y tiro porque me toca? es como Mario dando vueltas a un seto; “vivirás siempre pero sin llegar a ningún sitio”. Si no peleas tampoco vences, ni conquistas, ni avanzas, si no amas tampoco odiarás, ni te odiarán, ni te querrán. Pasarás “sin pena ni gloria”, ¿no te suena?


Es más fácil renacer o simplemente “mudarse” y vivir en un contexto nuevo que ese en el que ya te han visto agonizar y hasta pudrirte. Pongo como ejemplo los testigos protegidos de las películas americanas a los que les dan una nueva identidad, otro nombre y una casa a estrenar en un Estado distinto. Pero no vayamos a America sino aquí, a una provincia, incluso un barrio distinto a vivir; cambiando de trabajo, de negocio, rodeado de vecinos y compañeros que no te conocen… Cuántas oportunidades como esa tendremos, cómo estar seguros de que alguien de esas vidas anteriores “no resueltas” no venga a descubrirnos, delatarnos o “matarnos”. Escucha bien: todo aquello que no se resuelve te persigue y, en algunos casos, no te deja vivir.


Quiero decir, si hiciste daño a tu amigo o amigos, qué tentación la de alejarte de ellos y cambiarlos por otros. Si fue a tu novio, a tu novia, a tu mujer, cambiémosla también. Como el soldado que llevaba el pie cambiado pero afirmaba que eran todos los otros los que estaban equivocados. “¿Cómo puedes parecer todavía tan interesante y poner esa cara de buen@, no has aprendido nada?” entonces pobre de ti y de ellos, de todos lo que llegaran no digo a quererte sino a tener siquiera un poco que ver contigo. Una pizca de veneno contamina cantidades enormes de agua.

Verdaderamente resucitamos cuando después de “reventar”, como cada vez que muere el gato, resurgimos en el mismo contexto, rodeados de los mismos que quizá no lleguen a perdonarnos o terminarnos de entender jamás… Así es. Me refiero a esas situaciones en las que fuiste descubierto con las manos en la masa, te pillaron in fraganti y te “condenaron”; fracasaste, hiciste daño, mucho daño, engañaste, delinquiste, abusaste, te equivocaste… qué se yo, sabes a qué me refiero. Lo fácil sería irse a otro lugar, lo difícil, el reto casi imposible pero más hermoso es el de resucitar, responder y reparar los daños. “Volver” allí para demostrarte y demostrar que aprendiste de tu error, que eres mejor, que eres una mejor versión de ti mismo. No te castigues, quizá caíste por asumir más riesgos, no te avergüences de eso, de haberlo intentado, de haber intentado vivir.

Es más valiosa esta resurrección que la “misma vida en un nuevo contexto vital” donde puedas “seguir” engañando a quienes no te conocen hasta que los defraudes o los destruyas, engañándote a ti mismo como solías, sin crecer, sin morir para pasar al siguiente nivel.


Si siempre empiezas de cero no llegarás jamás.

Qué divertido resulta tomar conciencia de todo lo obvio. Supone mirar la realidad circundante con la frescura de la primera vez. Tendemos a ignorar lo que está siempre ante nosotros y, como si dispusiéramos de rayos x, miramos “dentro” de las personas, por ejemplo, tratando de adivinar sus intenciones y sentimientos, y “a través” de ellas cuando no nos interesan o como si no nos interesasen, buscando quién sabe qué pero sin movernos tampoco mucho del sitio.


A qué obviedad me querré referir: ¡El cuerpo de los demás!, incluido el mío, aparte de para desearlo, acariciarlo y abrazarlo… todo ello idealmente o parte por lo menos (que ya habrá a quien no le toquen nunca si lo pueden evitar) lo que nos sirve es para saber donde está cada quien y es maravilloso.

Yo me obstino en afirmar que nuestro cuerpo “nos” transporta, que es un vehículo, y no me cuesta ningún trabajo imaginar que en el futuro “nuestro” ser podrá trasladarse a otro distinto; uno robótico, biónico, clonado o qué se yo. Tú y yo nos lo vamos a perder pero mientras tanto, vaya eso a ser cierto o no, podemos hablar de la relación que mantenemos con el que tenemos ahora y el de los demás.

¿Cuánto nos influye el aspecto de los otros? a mí mucho siendo sincera, pero a ti también. Tendemos a relacionarnos generacionalmente, lo que no quiere decir que no se den excepciones todo el tiempo. El aspecto de quienes nos rodean nos indica su edad, su condición social, su genética, su atractivo, su personalidad… Me obstino tanto como en lo que acabo de decir en la idea conocida de que las relaciones interpersonales están muy sexualizadas y que hay un juego inmanente de seducción y de competencia por el más atractivo, tanto como una disposición en el grupo en función de estos parámetros.

Como si fuésemos a intercambiarnos sexualmente con todos o muchos de aquellos con los que nos relacionamos, ¡claro que no! Tu cuerpo te sirve para relacionarte con el entorno; contemplarlo, olerlo, tocarlo, comerlo, transformarlo incluso y para deambular por ahí… para que yo te vea y sepa dónde estás. Somos energía, la energía me parece más democrática, más justa que el aspecto de las personas. Así pasa o debería pasar que alguien entra en una habitación y el ambiente cambia, no te digo nada si a eso le añades su gestualidad y ¡la voz! Cada una de estas cosas nos hace inconfundibles, somos (para los demás) paisaje o decorado en movimiento.

Hay personas tan especiales que solo pensar en ellas nos alegra la vida, hablar de ellas se la alegra a otros, escuchar su voz nos remueve y ya si aparecen… ¿Veis a lo que me refiero?
Me preocupa ligeramente la última idea que queda flotando en el aire cuando dejo de escribir una temporada. Si no volviera a escribir más haría las veces de epitafio. “Mira, dejó de escribir porque dejó de amar”… tiene sentido. Escribir y publicar, que para mí son la misma cosa, requieren de un impulso parecido al que el amor proporciona. A lo mejor me desenamoré de vosotros. ¿Y os extraña? ¿Os preocupa? por supuesto que no, y me alegro.


Qué sabemos del amor… no sabemos nada, y lo que vamos aprendiendo llega la persona menos esperada que te lo desmonta con insultante facilidad. Con lo que te costó a ti aprender aquello, día a día, tío a tío, experiencia tras experiencia intoxicándote con los polvos del camino, en el camino o en el hotelito de al lado del camino. Vaya, yo quería hacer una reflexión profunda y no voy a poder.

Es preferible hablar del desamor. Si la experiencia es la madre de la ciencia de eso sabemos todos mucho porque mira que duele que vayan dejando de amarnos, o despreciándonos, o ignorándonos (eso puede que sea peor) que prendándose de nuestro ser y su armadura. Desamar a alguien será como mínimo dejar de amarlo; desamor como desafecto, desinterés, desconexión. Cuando amabas (que es un estado según dicen los entendidos parecido a una enfermedad, una fiebre o un estado de “hipoteca” mental transitoria; bien dicho esta “hipoteca” como el acto de meterse o de sorprenderse dentro del otro, en su vida, en su contexto, en sus cosas, sus sentimientos e ilusiones) pensabas: “¿dónde estará, con quién, qué estará haciendo, estará bien, pensando en mí, escribiéndome…?, y recuerdas la última vez que le viste y la anterior y la próxima y el viajecito previsto…” qué tierno resultará si eres correspondido, como cuando dices: “te quiero” y te contestan “yo más”, “yo mucho más”, “cuelga tú”, “no tú…”

Suerte (no creo que sea ninguna suerte, de hecho de todos los dolores que he sentido éste es el más intenso) que desenamorarse será sinónimo de “deshipotecarse”, de volver a tus trincheras. No confundir con el odio, que dicen que está a un paso del amor y puede que sea la más fea de sus caras, la pasión pero empeñada en hacer daño en lugar del bien, porque sigues pensando constantemente en el otro pero para cagarte en su madre (pobrecilla la madre, qué culpa tendrá la mujer). Dejemos eso para otro capítulo. ¿Me desenamoro como un verbo reflexivo, porque yo misma lo provoco? quizá pudiera forzarse como cualquier gesto o actitud… pero el desenamoramiento más duradero (que es a lo que tiende el desamor, al contrario que su opuesto) y de más garantía es el que ocurre solo, per se, sin que nadie le ayude o lo remedie. Ya no te acuerdas del otro, ya no te viene a la cabeza, ya te da igual lo que esté haciendo o con quién… Pero, ¿qué me decís cuando tienes que forzar a desenamorarte y tu mente no quiere y por tanto no lo haces?... Voy a dejar el tema porque esto me daría para otra laaaarga reflexión solo digo que, ¡buah! no le deseo a nadie que lo experimente, es horrible.

Y si todo esto no hay quien lo controle o lo remedie, qué somos, ¿víctimas del azar, del destino, de la inercia, el capricho y la sinrazón? ¿Haremos lo posible entonces para no volver confiar en el amor?


Tras varios días sigo buscando lo mismo: El silencio… Respirar, sentir y descansar. Todo lo demás, por ahora, es superfluo.