viernes, 21 de junio de 2013

Este cuadro representa a la perfección mi estado de ánimo y el de millones de ciudadanos de este mundo. Un grito intenso, desgarrado pero inaudible, por estar mezclado quizá con otros gritos u otros ruidos tanto más ensordecedores. El de la maquinaria del poder, pongo por caso, engullendo primero a los que hacen escándalo no sea que desmanden o, lo que es peor, despierten a la manada.

Lo representa por muchas razones: mirad qué solo está, el nulo caso le hacen, lo poco que se le oye y pese a todo lo valioso que resulta. La potencia expresiva es innegable, pero bueno en términos de técnica pictórica si estoy dispuesta a rebatir que lo sea; si no pintas como Velázquez ya se sabe que vas tirando hacia el abstracto. El autor, según las crónicas, pintó cuatro (qué tiempo y qué pintura tan bien invertidos) dos de los cuales siguen al día de hoy en paradero desconocido, es el cuadro más robado de la historia. Estos delincuentes tanto como para robar parecen tener olfato para el arte, porque atinaron con el que justamente hoy pasa por ser el lienzo mejor pagado de la historia.


Se conoce que en una subasta muy exclusiva, siete compradores tan solo (se me complicó a mí la cosa a última hora), alguno de los cuales no podían permitírselo desde un principio, ya te lo digo yo, que los ricos son muy de aparentar; seguro que a duras penas llegaban a 80 ridículos millones para gastarse, a la hora de la verdad quedaron solo dos, cuentan que pujaban por teléfono y mentando seguramente (con el auricular tapado) a los ancestros del otro, ¿os lo imagináis? subiendo la puja de diez en diez (millones) pensando “¡pero si a ti tampoco te gusta, melón!, ¡no ves que está pintado con ceras Manley y pinturas de Alpino!…

En este magnífico sistema capitalista nuestro ya no se sabe lo que valen las cosas per se, pues terminan valiendo lo que alguien que pueda permitírselo esté dispuesto a pagar por ellas. A la gente modesta lo único que nos queda es que nadie nos diga lo que es bueno y lo que no por más caro que lo vendan. Desde que me comencé a interesar por el arte me fijé en ese cuadro y me gustó en su día, ahora me doy cuenta de que debió gustarme aún más; ¿qué voy a toparme desde entonces y desde ahora en adelante más valioso que eso? Me lo he puesto fácil: el sol, el aire que respiro, mi propia capacidad de imaginar que si me topase en la calle uno de los ejemplares robados quizá no le encontrase pared en mi casa para colgarlo, hasta yo soy más valiosa (por lo menos para mí misma) y cualquier otro ser humano en tres dimensiones y con mejores pulmones que el calvo conceptual que se ve allí espantao.


Quién será ese ser o ese señor. Ahora decido que pudiera ser cualquiera de nosotros clamando por justicia, por la paz, por un poco más de cordura. Como una gran alegoría de lo que viene pasando hace tanto. No sería de extrañar que los ricos, a los que a la hora de la verdad el arte les deja fríos, hubiesen hecho un fondo para ir comprando los gritos de la gente, de la gente que no puede más, cuesten lo que cuesten. Pero para cualquier cosa menos para exponerlos a vista de todos como ocurre en los museos. Ese grito deben haberlo comprado para guardarlo, para sacarlo de la circulación y silenciarlo. Quizá si gritáramos todos ya no pudieran comprar ni sofocar a tantos.

Hoy “el grito” se ha puesto por las nubes, con suerte habrá subido tan alto que se oiga hasta en el cielo.

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