viernes, 21 de junio de 2013

Qué divertido resulta tomar conciencia de todo lo obvio. Supone mirar la realidad circundante con la frescura de la primera vez. Tendemos a ignorar lo que está siempre ante nosotros y, como si dispusiéramos de rayos x, miramos “dentro” de las personas, por ejemplo, tratando de adivinar sus intenciones y sentimientos, y “a través” de ellas cuando no nos interesan o como si no nos interesasen, buscando quién sabe qué pero sin movernos tampoco mucho del sitio.


A qué obviedad me querré referir: ¡El cuerpo de los demás!, incluido el mío, aparte de para desearlo, acariciarlo y abrazarlo… todo ello idealmente o parte por lo menos (que ya habrá a quien no le toquen nunca si lo pueden evitar) lo que nos sirve es para saber donde está cada quien y es maravilloso.

Yo me obstino en afirmar que nuestro cuerpo “nos” transporta, que es un vehículo, y no me cuesta ningún trabajo imaginar que en el futuro “nuestro” ser podrá trasladarse a otro distinto; uno robótico, biónico, clonado o qué se yo. Tú y yo nos lo vamos a perder pero mientras tanto, vaya eso a ser cierto o no, podemos hablar de la relación que mantenemos con el que tenemos ahora y el de los demás.

¿Cuánto nos influye el aspecto de los otros? a mí mucho siendo sincera, pero a ti también. Tendemos a relacionarnos generacionalmente, lo que no quiere decir que no se den excepciones todo el tiempo. El aspecto de quienes nos rodean nos indica su edad, su condición social, su genética, su atractivo, su personalidad… Me obstino tanto como en lo que acabo de decir en la idea conocida de que las relaciones interpersonales están muy sexualizadas y que hay un juego inmanente de seducción y de competencia por el más atractivo, tanto como una disposición en el grupo en función de estos parámetros.

Como si fuésemos a intercambiarnos sexualmente con todos o muchos de aquellos con los que nos relacionamos, ¡claro que no! Tu cuerpo te sirve para relacionarte con el entorno; contemplarlo, olerlo, tocarlo, comerlo, transformarlo incluso y para deambular por ahí… para que yo te vea y sepa dónde estás. Somos energía, la energía me parece más democrática, más justa que el aspecto de las personas. Así pasa o debería pasar que alguien entra en una habitación y el ambiente cambia, no te digo nada si a eso le añades su gestualidad y ¡la voz! Cada una de estas cosas nos hace inconfundibles, somos (para los demás) paisaje o decorado en movimiento.

Hay personas tan especiales que solo pensar en ellas nos alegra la vida, hablar de ellas se la alegra a otros, escuchar su voz nos remueve y ya si aparecen… ¿Veis a lo que me refiero?

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